En la década de 1960 se creía que una persona que nacía con síndrome de Down no podía sobrevivir muchos años.

Que tampoco podía vivir con independencia en una casa, trabajar o usar el transporte público sin acompañante.
Se pensaba que esa persona no iba a ser capaz de participar activamente en actividades educativas, sociales o recreativas en su comunidad ni hacer aportes valiosos para los demás.
Sin embargo, la historia de Edgardo Guillermo Pezzettoni, que nació el 12 de diciembre de 1966, demuestra que todas esas creencias pueden ser erróneas.
Sus padres, Noemí y Jorge, recibieron la noticia de que Edgardo tenía el síndrome de Down tres meses después de su nacimiento.
El padre lloró mucho. Pensó que no se podía hacer nada con el bebé y que iba a tener muchos problemas. Dejarlo en la casa era la única opción.
La madre, en cambio, se ocupó de hacer todo para que su hijo pudiera tener una buena vida y con la mayor autonomía posible.
El 9 de enero pasado, Edgardo murió en Buenos Aires a los 58 años por un ataque cerebrovascular (ACV), y dejó un legado en la historia de las personas con síndrome de Down a nivel mundial.
“Edgardo deja un faro con una luz potente para el colectivo de personas con síndrome de Down y la sociedad en general.
Su vida, sin dudas, podría resumirse, en esta frase: enseña en todo momento sobre la inclusión y si es necesario, habla”, escribió en un comunicado la Asociación Síndrome de Down Argentina (ASDRA).
Con información de Cadena de Radios







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