Rezar o meditar es una experiencia muy personal.

Sea parte de un rito religioso o no, en esos momentos, nuestro cerebro se activa de un modo particular.

El neurocientífico Andrew Newberg vio en sus pacientes cómo, al repetir una oración específica una y otra vez, se activaba el lóbulo frontal. Esto ocurre siempre que nos concentramos mucho en una tarea.

Pero lo que le sorprendió fue que, después, cuando las personas entran en una fase de “oración profunda”, la actividad de los lóbulos frontal y parietal, bajan.

Esto, dice, podría explicar los sentimientos de trascendencia que reportan algunas personas al orar o meditar.

“A medida que la actividad en esta área disminuye, perdemos el sentido del ser individual y nos llega esa sensación de unidad, de conexión”, dice.

Con información de BBC Mundo

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