El chicle, un clásico de la alimentación, esconde una dualidad que despierta el interés de especialistas y consumidores por igual. Si bien es cierto que masticar chicle ofrece una serie de beneficios para la salud bucal, su consumo excesivo puede acarrear consecuencias negativas para nuestro organismo.

Entre las ventajas más destacadas del chicle se encuentra su capacidad para estimular la producción de saliva, lo que contribuye a eliminar restos de comida y bacterias, reduciendo así el riesgo de caries y placa bacteriana. Además, masticar chicle puede ayudar a aliviar el estrés, mejorar la concentración y disminuir el apetito. Algunos estudios sugieren incluso que podría tener un efecto positivo en la ventilación del oído y en el combate del mal aliento, especialmente cuando contiene mentol.

Sin embargo, es importante ser conscientes de los posibles efectos adversos del consumo excesivo de chicle. Masticar de forma prolongada o con fuerza puede sobrecargar los músculos de la mandíbula, provocando dolor, desgaste de las articulaciones temporomandibulares y alteraciones en el cierre de la boca. Asimismo, la ingestión de grandes cantidades de chicle puede afectar al sistema digestivo, generando molestias como gases e hinchazón abdominal.

A largo plazo, el hábito de masticar chicle puede dañar el esmalte dental, la capa protectora de los dientes. Un esmalte debilitado es más susceptible a la sensibilidad dental, la fragilidad y las infecciones.

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