¿Alguna vez te has preguntado por qué siempre parece haber espacio para el postre, incluso después de una comida abundante? La ciencia tiene la respuesta. Nuestro cerebro y sistema digestivo están diseñados para dejarnos disfrutar de algo dulce, incluso cuando estamos llenos. Este fenómeno, conocido como «saciedad sensorial específica», explica por qué siempre encontramos un hueco para el postre.

La clave está en la variedad. Aunque estemos satisfechos con la comida principal, el postre ofrece sabores y texturas diferentes que estimulan nuestro apetito. Nuestro cerebro busca variedad y asocia los postres con placer y recompensa. Además, el azúcar y otros ingredientes dulces activan centros de placer en el cerebro, lo que nos hace sentir bien y querer más.

El «estómago de postre» es un mecanismo evolutivo. Nuestros antepasados necesitaban consumir una amplia variedad de alimentos para obtener todos los nutrientes esenciales. La capacidad de disfrutar de diferentes sabores, incluso cuando estaban llenos, les permitía asegurar una dieta equilibrada. Esta adaptación se ha transmitido a lo largo de generaciones y explica por qué seguimos disfrutando de los postres hoy en día.

Pero, ¿cómo funciona a nivel digestivo? Cuando comemos, nuestro estómago se estira para acomodar los alimentos. Sin embargo, los postres suelen ser más pequeños y ligeros que los platos principales, lo que deja espacio adicional en el estómago. Además, algunos postres, como los helados o los mousses, se digieren rápidamente, lo que nos hace sentir menos llenos y con ganas de más.

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