La noción de que las vivencias personales pueden trascender la propia existencia y marcar el código genético de la descendencia ha ganado fuerza en la ciencia. Un reciente estudio publicado en la revista Molecular Psychiatry aporta evidencia contundente en esta dirección. La investigación revela la presencia de alteraciones epigenéticas en el esperma de hombres que experimentaron altos niveles de estrés durante su infancia. Este hallazgo sugiere que ciertos traumas podrían transmitirse biológicamente a las siguientes generaciones, abriendo nuevas interrogantes sobre la herencia y sus mecanismos.

El estudio profundiza en cómo tanto hombres como mujeres pueden influir en la genética de sus hijos, aunque por vías distintas. En el caso masculino, el análisis del esperma de 58 hombres con historial de estrés infantil reveló modificaciones en la metilación del ADN y en el ARN no codificante. Estas alteraciones epigenéticas tienen la capacidad de modular la expresión de los genes en la descendencia. En las mujeres, la transmisión intergeneracional puede ocurrir a través de los óvulos, portadores de marcas epigenéticas influenciadas por factores como el estrés o la nutrición materna, y durante el embarazo, donde niveles elevados de cortisol materno pueden alterar el desarrollo fetal y la respuesta al estrés del futuro bebé.
La evidencia de la herencia epigenética del trauma se sustenta en investigaciones previas que han encontrado patrones similares en diversos contextos. Descendientes de sobrevivientes del Holocausto presentaron modificaciones epigenéticas en genes relacionados con la respuesta al estrés, mientras que hijos de madres expuestas a hambrunas mostraron cambios metabólicos con consecuencias en su salud a largo plazo. Estos casos, junto con el reciente estudio, consolidan la idea de que las experiencias vitales dejan una impronta biológica que puede heredarse.







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