El retinoblastoma, un tipo de cáncer que se origina en la retina, afecta predominantemente a bebés y niños menores de tres años. Aunque se considera una enfermedad poco común, con una incidencia estimada de un caso por cada 16.000 a 24.000 nacimientos según la revista médica The Lancet, su impacto en la visión infantil subraya la importancia de un diagnóstico precoz.

Esta patología puede alterar significativamente la forma en que los niños perciben su entorno. Este tipo de cáncer se desarrolla cuando las células de la retina, la capa sensible a la luz en la parte posterior del ojo encargada de enviar señales al cerebro para formar imágenes, comienzan a proliferar sin control. Este crecimiento anómalo da lugar a un tumor que interfiere con el funcionamiento normal del ojo, comprometiendo la capacidad del niño para reconocer objetos y procesar la información visual de manera adecuada.
La Organización Panamericana de la Salud (OPS) enfatiza que el retinoblastoma tiene altas probabilidades de curación si se detecta y trata en sus etapas iniciales. Por ello, es crucial que padres y cuidadores estén atentos a los signos de alerta. Uno de los síntomas más característicos es la leucocoria, una mancha blanca visible en la pupila, especialmente notable en fotografías con flash o al iluminar directamente los ojos del niño. En lugar del habitual reflejo rojo, aparece un brillo blanquecino debido al tumor intraocular.
Otro indicador frecuente es el estrabismo, una desalineación ocular que provoca que la mirada se desvíe hacia adentro o hacia afuera. En ocasiones, la leucocoria y el estrabismo pueden presentarse simultáneamente, lo que debe motivar una consulta oftalmológica inmediata, independientemente de la edad del niño. El diagnóstico se confirma mediante un examen de fondo de ojo y, en algunos casos, una ecografía ocular para detallar la estructura interna del ojo.







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