Un nuevo estudio ha revelado cómo el estrés agudo puede desconectar temporalmente las funciones mentales clave del cerebro, explicando por qué las personas con ansiedad, depresión o trastorno límite de la personalidad a menudo luchan por aplicar las herramientas aprendidas en terapia durante una crisis. La investigación, publicada en el Journal of Affective Disorders Reports, sugiere que este «bloqueo» cognitivo no es una falta de voluntad, sino una respuesta funcional del cerebro que limita el acceso a recursos mentales esenciales justo cuando más se necesitan, lo que podría explicar la falta de efectividad de algunos tratamientos psicológicos.

El análisis, que revisó 17 investigaciones previas, se centró en las llamadas «funciones ejecutivas», que incluyen la memoria de trabajo, el control de impulsos y la regulación emocional. Estas son las habilidades que nos permiten pensar con claridad, tomar decisiones y frenar reacciones impulsivas. El estudio, codirigido por el investigador Tee-Jay Scott y la profesora Joanne Dickson de la Edith Cowan University, encontró que el estrés agudo actúa como un interruptor que puede desactivar estas funciones, impidiendo que una persona pueda gestionar sus pensamientos negativos o aplicar estrategias de afrontamiento.
Uno de los hallazgos más consistentes fue el severo impacto del estrés en la memoria de trabajo, especialmente en individuos con depresión. Esta función es crucial para mantener la concentración y procesar información, por lo que su deterioro debilita significativamente la capacidad de una persona para beneficiarse de la terapia. Curiosamente, el estudio también observó que incluso personas sin un diagnóstico formal, pero con síntomas leves de estos trastornos, pueden experimentar esta desconexión cognitiva bajo una fuerte presión emocional.
Estos hallazgos plantean la necesidad de un cambio en el enfoque terapéutico. Los investigadores proponen el desarrollo de tratamientos más flexibles y adaptables que consideren el estado mental real del paciente. Esto implicaría, en primer lugar, fortalecer funciones básicas como la atención y el autocontrol antes de abordar intervenciones terapéuticas más profundas. El objetivo es asegurar que las «herramientas» cognitivas del paciente estén activas y disponibles para que la terapia pueda tener un efecto duradero, incluso en los momentos de mayor angustia.







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