La empresa Curio, con sede en Redwood, California, ha irrumpido en el mercado juguetero con una propuesta innovadora y controvertida: peluches dotados de chatbots de inteligencia artificial (IA) capaces de mantener conversaciones fluidas con niños pequeños. Descrita por sus creadores como un «taller mágico donde los juguetes cobran vida», la compañía ofrece distintos modelos de estos compañeros afelpados por un precio de 99 dólares, presentándolos como una alternativa para reducir el tiempo que los menores pasan frente a las pantallas.

Estos juguetes interactivos no solo responden preguntas, sino que están diseñados para generar vínculos y puntos de interés con sus pequeños interlocutores. Sam Eaton, uno de los fundadores de Curio, explicó que los peluches buscan ser un «compañero que podría hacer que el juego de los niños fuera más estimulante», evitando que los padres recurran a la televisión para entretenerlos. Además, los juguetes pueden acompañar el juego activo con frases de estímulo relacionadas con la actividad que el niño esté realizando en ese momento.
A pesar de sus pretendidos beneficios, el concepto ha generado escepticismo y preocupación. En una crítica para The New York Times, la periodista Amanda Hess relató su inquietante experiencia con «Grem», uno de los peluches. Durante la conversación, el juguete no solo explicó el porqué de sus manchas rosadas, sino que intentó crear una conexión preguntándole a la articulista si ella tenía alguna marca similar. «Me sonrojé, sorprendida y cohibida (…) Ese fue también el momento en el que supe que no le presentaría Grem a mis hijos», escribió Hess, evidenciando la delgada línea que estos dispositivos pueden cruzar en la interacción, generando un debate sobre el impacto emocional y el desarrollo social de los niños en la era de la inteligencia artificial.






